Los grupos armados usaron la fuerza, el engaño y la persuasión para reclutar a las niñas, niños y adolescentes. En muchas ocasiones, les prometieron mejorar sus condiciones de vida ofreciéndoles estudio, trabajo o ayuda para sus familiares. También les dijeron que podrían abandonar las filas cuando quisieran. Estas prácticas evidencian la responsabilidad de los reclutadores, quienes, para incorporar miembros en sus filas, se aprovecharon de necesidades como las de Ricardo, reclutado a los 13 años en San Calixto, Norte de Santander.