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Impactos, afrontamientos y resistencias

Construir la paz desafiando la desesperanza

Entre las montañas del Cauca se encuentra el corregimiento de El Estrecho, donde está uno de los Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación (ETCR). Allí, excombatientes y sus familias nos cuentan cómo fueron sus experiencias antes, durante y después de la guerra.

 
 
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Grupo integrado por hombre en pantaloneta abraza a una mujer y una niña. En cuclillas aparecen dos niños y dos niñas

Los excombatientes del corregimiento de El Estrecho (Cauca), ubicados en uno de los Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación, cuentan cómo era su vida antes de entrar a la guerrilla: su infancia y el contexto donde crecieron. Después, narran las razones por las que entraron a las antiguas FARC, cómo fue su vida durante la guerra, su cotidianidad y los impactos personales y colectivos que sufrieron. Al final, comparten cómo ha sido su experiencia después del conflicto, las apuestas hacia la construcción de paz, los incumplimientos que se han dado dentro del marco de los Acuerdos de Paz, su compromiso para no volver a tomar las armas y sus vivencias con los hijas e hijos de la paz.

“Nunca pensé que volvería a encontrar a mi hermano, aunque jamás perdí la esperanza de que estuviera vivo”, dijo Samira, hermana de Rubén, un excombatiente de las FARC-EP. Rubén estaba en una camilla, aún bajo los efectos de la anestesia. No podía mover bien su pierna derecha, que había sido impactada por una bala.

Tuvo una alegría tremenda cuando vio a su hermana entrar por el cuarto de ese hospital, después de haber pasado más de 15 años sin verla.

“Ella le puso a uno de sus hijos el nombre mío para recordarme siempre. Muchos pensaban que yo estaba muerto. Me hicieron hasta una novena”, dijo Rubén recordando ese momento. Esa noche, no dejaron de abrazarse y se prometieron no olvidar los viejos tiempos en los que jugar juntos era lo único que importaba.

Grupo de tres jóvenes, un hombre y dos niños. Atrás montañas y el cielo nublado

Recorríamos las imponentes montañas del Cauca en el Velero Azul. Raúl, el hombre al timón, había bautizado de ese modo a su vehículo. “Es un carro que, si tuviera vida, contaría lo que estas carreteras han pasado por causa del conflicto armado”, dijo nuestro guía mientras sorteábamos la Cordillera Central.

Una vez, cuando llevaba a unos ingenieros para una visita en una obra en Belalcázar, Cauca, en el páramo de Guanacas, se encontraron con un trancón de carros detenidos, nos dijo Raúl. Había varios hombres del Ejército caminando entre los vehículos. Tuvieron que esperar allí porque había enfrentamientos en el sector que se llama Riosucio. “Se oían los tiros y una de mis compañeras estaba muy asustada”, nos contó nuestro guía. Cuando cesó el tiroteo, personas del Ejército advirtieron que no se movieran, ya que había una casa bomba. Asustados, se metieron a una alcantarilla como refugio. Desde allí escucharon la explosión. “Sonó durísimo”, dijo Raúl, “se estremeció toda la cordillera”. Salieron mojados y llenos de barro.

Escuchamos historias similares durante casi dos horas de viaje que tomó el trayecto hasta el corregimiento de Estrecho. Allí se hallaba uno de los Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación, o ETCR, uno de los hogares de excombatientes de las FARC y sus familias.

En paisaje de pradera y montañas, un hombre en camiseta sin mangas y pantaloneta abraza a mujer sonriente
Frente a una tienda una mujer y una niña comen helado, se abrazan

Salir a la calle para jugar con sus amigos no era una opción para Rubén, pues desde los nueve años tuvo que empezar a trabajar de raspachín, como se conoce a los recolectores de hoja de coca. Rubén vivía en una zona de influencia guerrillera y la pobreza de su familia lo apremiaba, así que estudiar era una aspiración lejana. Unos amigos le ayudaron a ingresar a las filas de las FARC-EP. No había algo que le prohibiera entrar y creía que tendría más oportunidades estando allí. “No pensaba nada de ellos porque conversaba con algunos”, nos dijo Rubén, “ayudaban a la gente, a las escuelas”.

Rubén entró a la guerrilla a los doce años y sintió que su vida se transformó al no poder ver a su familia. A una temprana edad, Rubén empezó con un régimen que respondía a las dinámicas de la milicia. Comenzó a portar un arma y aprendió a dispararla. También tuvo que prepararse para vivir en medio de la selva y sobrevivir con lo que la naturaleza les proveía. El miedo también se convirtió en un sentimiento constante. En cualquier momento podía encontrarlos el “enemigo”, le decían. Así, poco a poco comprendió que la guerra le ofrecía dos caminos: su muerte o la de los demás, la de esos otros adversarios invisibles.

Bajamos del Velero Azul y caminamos por el ETCR mientras caía el sol. La luna llena se abría un espacio en la noche y algunas personas comenzaban a encender las velitas del 7 de diciembre.

Tablero de instrumentos de un carro en la noche
Una mujer madura y otra joven se abrazan junto a adornos navideños

Había una fila de casas pequeñas, algunas sin terminar. Fuimos a una de ellas para encontrarnos con una mujer excombatiente, que vivía con su hijo de siete años y su hermano mayor. Ella ingresó a las FARC quizá a los 12 o 13 años, no lo recuerda muy bien. Un día no fue al colegio, sino a hablar con esos hombres, que le respondieron que era muy pequeña para estar ahí. Ella les contestó que no importaba, quería que la aceptaran. “Mi mamá fue hasta el lugar donde estaba para pedirme que saliera de ahí, pero yo no quise”, nos dijo.

No fue fácil. Empezó una vida con una disciplina militar. Tenía que levantarse temprano, cumplir con labores demandantes y no ver a su familia. Además, tuvo que experimentar allí los cambios de la adolescencia.

Después de la firma del Acuerdo de La Habana, cumplió su sueño de tener un hijo. La crianza ha sido complicada, porque no ha tenido las garantías para la atención en salud que requiere su pequeño, que nació con una discapacidad cognitiva. Las condiciones de vida y la situación económica no han sido las mejores: escasean los alimentos, no hay agua potable y ha habido un incumplimiento de los Acuerdos de parte del Estado, nos dijo.

En la guerra, la muerte nunca te abandona. En medio de la selva, se crean vínculos importantes con los compañeros. “Arreglábamos los caminos, trabajamos todos en conjunto trayendo leña. Aprendimos a cocinar, al que no sabía se le enseñaba. Algo productivo le sacaban a cada uno. Y cuando había día de descanso, estaba uno por ahí tranquilo”, nos dijo Rubén. Pero la muerte siempre está allí esperando.

Ver morir a esos compañeros fue quizás lo más difícil que tuvo que vivir, de acuerdo con Rubén. La impotencia se apoderaba de él cuando no podía ayudarlos. A veces, estaban heridos y tenían que dejarlos para proteger sus vidas. A veces, caían muertos a su lado y debían dejar los cuerpos por la misma razón. Entonces, el sentimiento de tristeza aparecía por muchos días y tenían que continuar con ese dolor.

En cierta ocasión, Rubén entró en combate con el Ejército. “Cuando traté de pararme no podía hacerlo”, recordó. “Gracias a Dios estaban unos compañeros ahí, que me ayudaron y me sacaron. Enfermedades venían, enfermedades llegaban. Hasta este momento que sigo mal de la pierna, perdí el movimiento total de ella”. Su pierna derecha se afectó por la bala que lo alcanzó ese día. Desde entonces, su forma de ser cambió. No perdió la alegría, pero siente las secuelas en su mente y en su cuerpo.

La mañana del 8 de diciembre llegamos de nuevo al ETCR. Fuimos a la cooperativa del lugar, una tienda pequeña en la que vendían alimentos y golosinas. Nos recibió doña Luz, una mujer mayor, madre de varios excombatientes. Cuidaba a sus tres nietos mientras sus padres trabajaban. Nos contó que varios de sus hijos habían estado en distintos grupos armados.

Hombre en pantaloneta, camiseta sin mangas y cachucha de pie frente a una casa rural, al fondo montañas y nubes
Hombre con cachucha y camiseta sin mangas sonríe a la cámara, al fondo pradera y montañas

“Cuando se iban desde muy pequeños, a mí se me iba la vida, era muy doloroso para mí, lloraba mucho”, dijo. Varias veces, doña Luz prefirió mantenerse en silencio, mirando a lo lejos. Parecía no encontrar las palabras precisas para contar el dolor que tuvo que soportar por años y que aún lleva consigo.

Mujer sentada en la entrada de una casa de ladrillo, viste camiseta con el texto: Congreso nacional de las FARC-EP

Hacia el mediodía, nos sentamos bajo un árbol a hablar con Martha Zapata, la coordinadora del ETCR. Nos dijo que creció con sus abuelos y que, a los nueve años, salió desplazada hacia el pueblo cercano, porque no podía seguir estudiando en la vereda. “Desde joven soñaba con estar en la vida política”, dijo. “Me veía mucho en el trabajo con las comunidades. Era un legado y una herencia de mi abuelo, que era un destacado líder en la vereda”.

En 1988, ingresó a las FARC-EP. Tenía 23 años. En la guerrilla, adquirió experiencia en procesos organizativos y conoció los riesgos y las posibilidades que le ofrecía estar allí. “Perdimos muchos compañeros y compañeras”, dijo. “Nunca se menciona que nosotros éramos un gobierno dentro del mismo gobierno porque construimos escuelas, construimos vías de penetración”.

En 2006, las fuerzas militares bombardearon el lugar donde Martha se encontraba y sufrió una seria lesión física. La capturaron cuando salió del hospital y la condenaron. Luego, salió de la cárcel y retomó su trabajo, hasta que se dio el proceso de paz. “Se entregaron los fusiles por la palabra”, dijo. “Se le ha querido quitar el oxígeno al Acuerdo, pero no ha sido posible por el pueblo. Sabíamos que no iba a ser fácil. La mayoría de las personas en el ETCR no han contado con un verdadero tránsito. No ha habido viviendas temporales, no hay la primera ruta en lo más mínimo: la salud, la educación, el empleo y los proyectos productivos”.

Mujer de pelo largo, sombrero y botas de caucho, sentada en una silla plástica entre árboles escribiendo en un cuaderno
Rostro de mujer con pelo largo y sombrero mirando a la cámara

¿Cómo se sobrevive después de la guerra? Hoy, Rubén vive con Samira, la hermana que apareció en el hospital. Tienen una casa en el ETCR del corregimiento de El Estrecho, que ha ido construyendo con esfuerzo. Sus cuatro sobrinos y una niña que su hermana cuida comparten la vivienda. No han podido conseguir trabajo después de la firma de los Acuerdos de la Habana. Él estudió hasta quinto de primaria, tiene una discapacidad física por la herida en su pierna y, sumado a eso, es estigmatizado por ser un excombatiente. Todos esos elementos le han cerrado las posibilidades de obtener un empleo.

“Económicamente solo recibimos un dinero, pero yo debo responder por comprarme las muletas. Tengo acceso a la salud, pero si uno no tiene cómo sobrevivir, de qué le sirve la salud a uno”, dijo.

Según lo pactado en la firma de los Acuerdos, en 2016, el apoyo económico por parte del Estado es temporal. Por esto, Rubén se pregunta a diario qué hará cuando deje de recibir ese dinero. Por su discapacidad, no puede hacer ciertos trabajos físicos, pero sabe de peluquería, que aprendió estando en la guerrilla. También aprendió sobre servicio técnico de celulares, pues le gustaba leer sobre el tema en internet. Sabe sobre agricultura. Además, hace parte del proyecto productivo de limones que tienen en el ETCR, el cual va avanzando, pero no tienen aún una remuneración económica.

Después de la firma de los Acuerdos, ha habido una serie de incumplimientos por parte del gobierno. Las promesas de proyectos no se han hecho reales, como dijeron muchas personas en el ETCR. Muchos de sus compañeros siguieron el camino que no debían por esto, dijo Rubén. “Nosotros estamos cumpliendo, pero necesitamos condiciones”, agregó. “En esto estamos los valientes, los que aguantamos, los que podemos y los que estamos”.

Hombre en muletas mirando al horizonte, al fondo un camino de tierra y montañas
Hombre en muletas sonriendo al fondo un árbol y una casa de madera

Hoy, la vida cotidiana en el ETCR es muy diferente a la de la guerra. Martha se levanta, mira documentos y redes sociales para informarse. Trabaja en la construcción de la seguridad social, en fortalecimientos comunitarios y es responsable de coordinar el ETCR.

A pesar de no tener garantías, Martha ha podido trabajar en las comunidades y en la construcción del tejido social. Desde hace un tiempo, colabora con el Consejo Consultivo de Mujeres, en Patía. Allí, ayudó a organizar un evento el 8 de marzo del 2022, en el que se hizo un monumento de paz y reconciliación. Este fue el primer Encuentro de paz y reconciliación en Patía, Cauca.

“Yo no volvería a la guerra ni porque estuviera bien de la pierna, ni porque estuviera muy bien de salud”, nos dijo Rubén. No encuentra un sentido para volver a tomar un arma. Además, para él la palabra tiene un valor importante. Él firmó el Acuerdo y eso significa algo. Por eso, tampoco le aconsejaría a ninguno de sus compañeros volver a ser parte del conflicto. “La guerra no es buena, es mejor estar con la familia”, dijo.

Mujer con una niña sonriendo, detrás una cerca de alambre de púas, planta de plátano y montañas

La guerra ha sido dolorosa. Todas las personas de forma directa o indirecta la han tenido que vivir y sufrir. Don Raúl, el conductor del Velero Azul, fue víctima de muchas acciones por parte de grupos guerrilleros. No obstante, al llegar al ETCR se dio la oportunidad de estrechar su mano a varios excombatientes.

La búsqueda de una reconciliación, sin embargo, no es generalizada. De acuerdo con un análisis que hace Germán Valencia en la Revista Estudios Políticos, entre 1990 y el 8 de febrero de 2021, 3.598 excombatientes desmovilizados de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), y 713 miembros desmovilizados de los diferentes grupos guerrilleros que firmaron los Acuerdos de Paz han sido asesinados.

La mayoría vive con miedo. A pesar de ello, las personas excombatientes de El Estrecho, como Rubén y Martha, están convencidas de que no volverán a la guerra. Piensan seguir apostándole a la paz, a sus proyectos productivos, a sus planes educativos y a convivir con su comunidad, pues no hay otra solución a la guerra del país, dicen.