Las niñas, niños y adolescentes se decían a sí mismos que debían ser fuertes, pues eran conscientes del doloroso efecto que causaba el secuestro en sus familias. Cuando moría el secuestrado, la incertidumbre se convertía en un duelo en medio de la impotencia de sentir que el encuentro no se haría realidad. Jonathan tuvo que construir el recuerdo de su padre, secuestrado en el Cerro de Patascoy (Nariño) desde la distancia, pues no lo conoció en vida.