Irse del país significa no sólo una pérdida como individuo, también como ciudadano y esto implica perder las garantías de pertenecer a un Estado. Hay un dolor permanente al ser arrancado de tu tierra, de tus costumbres y de quien eras o creíste ser. Esa sensación es de orfandad de patria, de pérdida del ejercicio de los derechos y las libertades políticas como ciudadano. Sin esas raíces, te sientes frágil y desprotegido, pues no tienes forma de participar en la toma de decisiones sobre tu desarrollo, el de tu familia, de la seguridad y el bienestar.