La desaparición forzada desintegra al núcleo familiar. Los adultos se centran en su propio dolor y en buscar cómo subsistir, por lo que relegan a un segundo plano a quienes quedan huérfanos. Esto los expone a distintas vulneraciones: asumir roles de adultos, cuidar el hogar o trabajar siendo niños, y vivir nuevas violencias. Más de tres décadas después, Olga María sigue preguntándose cómo habría sido su vida si a su padre no lo hubieran desaparecido, a sus 6 años, en Puerto Nuevo, Simacota, Santander.